LA PORNOGRAFÍA: PRIMER PASO A LA FORNICACIÓN

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En muchos países, la pornografía aparece por todos lados: en los puestos de revistas, las canciones, los programas de televisión y en millones de páginas de Internet. ¿Se trata de picardía inofensiva, como dicen algunos? De ningún modo. Quienes recurren a ella pueden hundirse en el vicio de la masturbación y alimentar “apetitos sexuales vergonzosos”. En último término, pudieran volverse adictos al sexo, abrigar deseos pervertidos, sufrir discordias maritales, e incluso llegar al divorcio (Romanos 1:24-27; Efesios 4:19). Según una autoridad en la materia, la adicción al sexo es como el cáncer: “No deja de crecer y de extenderse, rara vez retrocede, y es muy difícil tratarla y erradicarla”.

Hay que tener muy presentes las palabras de Santiago 1:14, 15: “Cada uno es probado al ser provocado y cautivado por su propio deseo. Entonces el deseo, cuando se ha hecho fecundo, da a luz el pecado; a su vez, el pecado, cuando se ha realizado, produce la muerte”. Para evitar que esto suceda, ¿qué debemos hacer cuando nos vengan malos deseos? Tomar medidas inmediatas y sacárnoslos de la mente. Por ejemplo, si nos encontramos con imágenes eróticas, ¿qué haremos? Rápidamente, apartar la mirada, apagar la computadora, cambiar de canal de televisión... Lo que sea, con tal de impedir que los deseos inmorales nos consuman y acaben dominándonos (Mateo 5:29, 30).

Jehová nos conoce mucho mejor que nosotros mismos. Con buenas razones, nos pide: “Amortigüen, por lo tanto, los miembros de su cuerpo en cuanto a fornicación, inmundicia, apetito sexual, deseo perjudicial y codicia, que es idolatría” (Colosenses 3:5). Ciertamente, no es fácil alcanzar ese grado de control. Pero contamos con la ayuda de nuestro paciente y amoroso Padre celestial (Salmo 68:19). Por eso, cada vez que nos asalten malos deseos, acudamos sin dilación a él, rogándole que nos dé “poder más allá de lo normal”, y esforcémonos por desviar nuestro pensamiento hacia otros asuntos (2 Corintios 4:7; 1 Corintios 9:27;).

El sabio Salomón nos exhorta: “Más que todo, salvaguarda tu corazón, porque procedentes de él son las fuentes de la vida” (Proverbios 4:23). ¿Qué es el “corazón” que debemos proteger? La persona interior, lo que somos realmente a los ojos de Dios. Y es justo eso, lo que Jehová ve en el “corazón” —y no la apariencia que proyectamos—, lo que va a determinar si recibiremos la vida eterna. Así de sencillo, y así de serio. A fin de proteger el corazón, imitemos al fiel Job, quien hizo con sus ojos el compromiso solemne de nunca mirar indecentemente a ninguna mujer (Job 31:1). Como el salmista, oremos a Dios: “Haz que mis ojos pasen adelante para que no vean lo que es inútil” (Salmo 119:37).

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