HONRADOS CON NOSOTROS MISMOS

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En primer lugar, tenemos que aprender a ser honrados con nosotros mismos. Cegados por la imperfección, es muy fácil caer en el autoengaño. Así les sucedió a los cristianos de Laodicea. Jesús dijo que, aunque se habían convencido de que eran ricos, cada uno de ellos se encontraba “pobre”, “ciego” y “desnudo” espiritualmente (Apocalipsis 3:17). El estado en que se hallaban no solo era muy lamentable, sino muy peligroso, y más aún porque estaban cerrando los ojos a la realidad.

De igual modo, Santiago advirtió: “Si a un hombre le parece que es un buen adorador y con todo no refrena su lengua, sino que sigue engañando su propio corazón, la forma de adoración de este hombre es vana” (Santiago 1:26). Creer que Jehová acepta nuestro servicio aunque usemos mal la lengua, también es engañarse a uno mismo. Ese tipo de adoración es inútil. No logra nada. ¿Qué podemos hacer para no caer en un error tan lamentable?

En los versículos anteriores, Santiago habla de la ley perfecta de Dios, revelada en la Biblia, y la compara con un espejo donde nos anima a “mirarnos” para saber qué retoques tenemos que hacer (Santiago 1:23-25). En efecto, las Escrituras son el medio que nos permite evaluarnos con honradez y descubrir dónde tenemos que mejorar (Lamentaciones 3:40; Ageo 1:5). Además, debemos pedirle a Jehová que nos analice, nos permita notar los defectos más graves y nos dé fuerzas para corregirlos (Salmo 139:23, 24). Bien pudiera ser que, sin darnos cuenta, estemos desarrollando una actitud deshonesta. Pero no debemos olvidar cómo la considera nuestro Padre celestial. Según Proverbios 3:32, la persona con actitud sinuosa, o engañosa, es “detestable a Jehová, pero Él tiene intimidad con los rectos”. Sin duda, Dios nos ayudará a vernos como él nos ve y a querer hacer lo que él quiere. Así, podremos decir, como Pablo, que “deseamos comportarnos honradamente”. Claro, debemos esforzarnos de todo corazón por hacer realidad ese deseo, aunque hoy por hoy sea imposible lograrlo a la perfección.

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