EL PERJUICIO DEL ALCOHOLISMO

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La Biblia no condena la ingestión moderada de bebidas alcohólicas, pero sí la borrachera. (Proverbios 23:20, 21; 1 Corintios 6:9, 10; 1 Timoteo 5:23; Tito 2:2, 3.) Ahora bien, el alcoholismo es más que la borrachera; es una dependencia física y psíquica de las bebidas alcohólicas. No solo los adultos pueden ser alcohólicos, sino, lamentablemente, también los jóvenes.

La Biblia indicó hace mucho tiempo que el abuso de las bebidas alcohólicas puede desbaratar la paz familiar. (Deuteronomio 21:18-21.) Los efectos corrosivos del alcohol afectan a toda la familia. El cónyuge concentra sus esfuerzos en impedir que el alcohólico siga bebiendo o en afrontar su comportamiento impredecible. Intenta ocultar las bebidas, tirarlas, esconder el dinero al alcohólico y apelar a su amor a la familia, a la vida e incluso a Dios, pero este sigue bebiendo. Al fracasar los intentos por conseguir que su pareja deje de beber, le invade un sentimiento de frustración e ineptitud. Es posible que sienta temor, ira, culpa, nerviosismo, ansiedad y pérdida de amor propio.

Los hijos no escapan de los efectos de tener un padre alcohólico. Algunos son víctimas de maltrato físico, y otros, de abusos deshonestos. Es posible que incluso se sientan culpables de que su padre o su madre sean alcohólicos. El comportamiento incoherente del familiar alcohólico suele convertirlos en seres desconfiados. Como no pueden hablar cómodamente de lo que sucede en casa, los hijos aprenden a reprimir sus sentimientos, a menudo con perjuicio para su salud. (Proverbios 17:22.) Algunos niños arrastran hasta la edad adulta esa falta de confianza en sí mismos y de amor propio.

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